Médium


Lulú gritó de alegría.

—¡Por mi escoba! ¡Sí! —Había encontrado la famosa bola mágica de su abuela Minina en el fondo del trastero. Se trataba del modelo Pro Beyond, capaz de contactar con los muertos. El buen médium se equipa con una bola mágica profesional, de calibre 25 para arriba, y esa era, nada más y nada menos, que de calibre 50. Aunque la abrazara no conseguiría rodearla.

La hizo rodar hasta el comedor, abriéndose paso con magia, y la colocó en una mesa redonda hecha especialmente para sostenerla, con un ancho hueco en el medio. Fue complicado y accidentado por lo que su abuela le comentó, una vez invocada, su opinión al respecto.

—¿Esta es manera de tratar la herencia que tanto me costó dejarte? —dijo la mujer señalando los rayones. Lulú maldijo en voz baja la buena resolución del modelo, con una HD normal apenas se habría enterado.

—¡Pero si te la regaló tu amante!

—Exacto, ¡y lo que me costó aguantarle!

—¡Abuela! —exclamó Lulú indignada— ¿Estabas con él por dinero?

—¡Qué dices! Poseía fuertes y firmes principios—suspiró Minina —… muy firmes —Lulú se puso pálida mientras su abuela se sonrojaba—… y algo bronceados, pude comprobarlo en numerosas ocasiones cuando…

—¡Basta! ¡Todo el mundo sabe los aquelarres que os montabais, cambiemos de tema! —suplicó la nieta, cubriéndose el rostro con las manos—. Si es que no me lo puedo creer…

—Como quieras, cariño, pero pensaba que ahora erais más abiertos.

—No en familia.

Una hora antes, Lulú había estado observando la esfera de cristal, valorando la gravedad de los daños.

—Seguro que ni se da cuenta… estaba muy mayor —musitó mientras intentaba hacer desaparecer las rayadas con la yema del pulgar.

Vació la mochila de su contenido. Había estado meses buscando y por fin lo tenía todo. Colocó los diagramas y estableció los objetos de conexión. La combinación de químicos era quizás la parte más complicada. Aguantó la respiración al combinar el oro con la mezcla que acababa de preparar. Era el penúltimo paso y, si salía mal, explotaría la casa.

Cogió aire y lo mantuvo en sus pulmones hasta que las primeras gotas se mezclaron sin problemas. Entonces sujetó con la mano derecha un objeto personal de la abuela. Algo muy querido que las conectaba a las dos: el osito de peluche que le había regalado cuando tenía siete años y que había permanecido en el cabezal de la cama de la abuela desde entonces. El osito se fundió, desapareciendo en el espeso líquido. Un extraño humo estrellado empezó a saturar el aire de la habitación.

—Tiene que funcionar —murmuró insegura, mientras se secaba el sudor con el antebrazo. Era cuestión de vida o muerte.

No le tembló la voz cuando, una hora y media más tarde, le pidió ayuda a su abuela, que llevaba un buen rato hablando sin parar.

—¿Y a quién me encontré? ¡A mi hermana! Qué fiestas montan por aquí, Lulú…

—¡El hechizo no aguantará eternamente y tengo que pedirte algo! —interrumpió a gritos la nieta.

—Vale, querida —Minina cambió el tono y, más seria, mostró la imponente presencia de la que había sido una de las brujas más poderosas—, cuéntame.

—Ha llegado el momento. Las señales aparecieron a principios de año, las definitivas. Ya estaban presentes los inviernos poco fríos, las olas de calor en verano, la extinción y migración de especies, pero todo parecía tener que ver con el cambio climático.

—Oh, niña, todo tiene que ver, siempre —dijo Minina, que empezaba a ver hacia dónde iba todo aquello.

—Pues a principios de año nos ha abordado una pandemia —Lulú había empezado a pasearse por la habitación atacada de los nervios—. ¿Lo recuerdas? “Olvidarán lo importante y la gripe cubrirá el mundo”. ¡Se está cumpliendo! ¡La profecía! ¿Cuántas generaciones llevamos con esto? ¡Y me ha tocado a mí! ¡Y no sé qué hacer!

—Tranquila, cariño —dijo Minina, poco alarmada.

—Tengo miedo, abuela —sollozó Lulú mientras se dejaba caer en una silla.

—Ya sospechaba que podría tocarte a ti.

—¿Eh?

—No es casualidad que sea la naturaleza la que avisa y hace tiempo que las señales están ahí. Hemos vigilado durante generaciones —explicó Minina.

—¿Y por qué no me dijisteis nada? ¡Me habría preparado!

Minina tardó en contestar.

—Tu madre —dijo apesadumbrada—, debía contártelo todo ella. Pero…

—No pudo —completó Lulú. Todavía dolía hablar de aquello—. Y poco después te fuiste tú.

—No me dio tiempo… lo siento, cariño. Si la hubiera protegido mejor…

—No fue tu culpa, él debería haber sido buena persona, y no lo era —dijo Lulú inquieta. Respiró hondo y se negó a permitir que el tan familiar silencio helado de siempre las envolviera, tenía trabajo que hacer—. Centrémonos. Dime, ¿cómo lo hago? ¿Cómo freno el Apocalipsis?

Previamente, durante el último paso de la invocación de la abuela Minina, Lulú había estado recordando los meses de estudio hasta altas horas de la noche y los viajes en busca de ayuda. La conexión con el otro mundo no se hacía cogiendo el teléfono, sino con un ritual poco conocido. Y aunque su familia había sido una férrea practicante en el pasado, no quedaba nadie vivo que conociera el proceso.

—¡Por fin! —había exclamado al ver que la esfera de cristal absorbía todo el humo de la habitación. Le abrumaba la emoción, volvería a ver a su abuela y pondría fin al oscuro futuro que se avecinaba.

Casi una hora más tarde, un fuerte nudo le estrujaba el estómago mientras esperaba la respuesta de la anciana.

—Será sencillo, no te preocupes —dijo, casi tranquilizando a su nieta—. ¿Te acuerdas del osito que me regalaste? El que siempre tenía en la cama.

—Sí, me acuerdo —Y de cómo lo había fundido en la poción también. Lulú sentía frío y malestar.

—¡Pues tiene un compartimento secreto! —exclamó Minina, satisfecha aplaudiendo su propia astucia mientras, a continuación, contaba cómo acceder a este.

—Ajá… —Lulú no sabía muy bien qué decir, una enorme losa de piedra se acababa de posar en su estómago y un fuerte mareo empezó a hacer mella en ella. No, no quería contarle la verdad y admitir ante su abuela que quizás lo había estropeado todo.

—Dentro encontrarás la Flor del demonio, muy difícil de conseguir —siguió explicando a la joven—. Si la hierves en agua, el vapor hará que todo vuelva a la normalidad.

—¿Así de fácil? —Un pequeño destello de esperanza, todavía podía hacerse con otra flor de esas y realizar el ritual. Aunque estuviera escondida en lo más profundo del averno, la encontraría y los salvaría a todos

—Bueno, de fácil nada —aclaró la abuela—. Para conseguirla tu tatarabuela tuvo que contactar con un demonio y recoger sus heces, plantarlas en la cumbre de la montaña más alta del mundo y regarla con infusión de manzanilla durante tres días.

—Ajá… —Lulú tomaba nota. Sentía que iba a vomitar y puede que a desmayarse, aunque no sabía en qué orden—. Ya veo… ¿Algo más? —dijo con poco aplomo.

—Pues sí, el tercer día tuvo que montar un aquelarre de media jornada para que el bulbo resultante floreciera y luego solo consiguió secarla en el desierto más cálido de la Tierra.

—Espera —dijo la joven, cada vez más alarmada y pálida—, los aquelarres son rituales nudistas. ¿Estuvo doce horas en una cima nevada bailando desnuda?

—¡Menuda era mi yaya! —rió la anciana.

—Vale, bueno, parece que se está acabando el tiempo —dijo disimulando las ganas de colgar que tenía. No podía dejar que la viera entrando en pánico. El porcentaje de batería de la esquina inferior derecha de la esfera mágica estaba casi al cero—. Te tengo que dejar, abuela. Hasta la próxima, te quiero.

Se perdió la conexión y la esfera recuperó toda su transparencia. Lulú observó los apuntes que había tomado.

—A ver, primero encontrar un demonio y después darle fibra… o trasladarme a Marte y dejar que todo explote. Tendré que pensarlo.

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