Destino


Kida se sentó delante de la mesa de la cocina con el cabello blanco completamente enredado.

—Cariño, tendrías que peinarte de vez en cuando —dijo su madre, Helea, sentada enfrente de ella

—¿Para qué? Con tal de que no se me ponga el pelo en la cara…

Helea sonrió y acarició su propia trenza.

—Me copias.

—A tí y a la mitad de los "elfosh" —contestó, con la boca llena de fruta.

—No "hablesh" con la boca "shena", hija, que no te entiendo —se burló Helea—. ¿Cuándo tienes el examen? ¿Nerviosa?

—A las doce. Sé que lo haré bien, pero no descarto que los nervios me la jueguen.

Kida empezó a prepararse y Helea la observó, arco a la espalda, fuerte. Recordó cómo, ya de pequeña, trataba su pequeño arco de juguete con mimo. Emocionada, Helea se puso en pie, como si hubiera tenido la mejor idea del mundo.

—¿Todavía entrenarás?

—Dos horas, quiero llegar con antelación.

—Perfecto, te acompaño.

—¿Pero por qué?

—¡Shhh! —chistó Helea, teléfono en mano.

—Central de guardia, ¿quién llama? —dijo una voz grave por el auricular.

—Vigo, soy Helea. Necesito que me cambies el turno.

— Hecho. ¿Cuándo?

—Esta mañana.

—¿Esta? ¡Pero... eso quiere decir que tengo que empezar en nada!

—Es importante. Te cubriré turno otro día, el que quieras.

—Vale, lo arreglo y me pongo en camino.

—¡Gracias!

Kida no compartía la ilusión de su madre, que daba saltitos emocionada.

—¿Y ya es de fiar ese tal Vigo? ¿Es seguro que se ocupe él?

—No es el más espabilado, pero es trabajador y de fiar. Puede con ello.

“Lástima” pensó la joven.

*************

¡Cinco semanas a pie! Trabut odiaba su trabajo. Apartó el sucio pelo que le cubría el rostro y rehízo la coleta. Su brillante cabellera negra se había vuelto gris de tanto sudar, dormir a la intemperie y esconderse en grietas. Cuando llegó a la puerta de Sékita, su destino, gritó de rabia. La cola de mensajeros y comerciantes que esperaban su turno para entrar parecía interminable y él no llevaba consigo su documentación. Avanzó paralelo a la cola, ignorando los insultos que le lanzaban, directo al guardia que revisaba los permisos.

—Vuelve a la cola —ordenó este cuando le vio.

—Es urgente, soy Trabut, de Rigo. Llevo un...

—Mientes, tu ropa luce el emblema de Edemas.

Trabut se exasperó, no tenía tiempo ni paciencia para esto.

—Me han asaltado, robado y secuestrado. Tras escapar me he tenido que vestir con esto para pasar desapercibido. Por favor, tengo un mensaje realmente urgente para el rey.

—Documentación —dijo el guardia sin inmutarse.

—¡Acabo de decir que me han robado!

—¿Y cómo sé yo que no mientes?

—¿No está Helea? Me conoce.

—No, no está, estoy yo.

—Por favor, pregunta, no es la primera vez que vengo, alguien habrá que pueda reconocerme.

—Vigo, ¿qué ocurre? —preguntó el otro guardia.

—¿Te puedes ocupar? Tengo que ir a comprobar una cosa.

El mensajero suspiró y se sentó en una roca cercana a esperar.

*************

Trabut, exhausto, dejó de correr. Tenía el rostro rojo, brillante por el sudor y no paraba de jadear. No llegaría nunca al castillo a ese ritmo y llevaba demasiado retraso. Le habían hecho esperar varias horas hasta que apareció alguien que verificó su identidad.

Miró a su alrededor, la gente iba a su rollo.  “No creo que encuentre a nadie que me pueda ayudar ahora mismo” pensó, mientras buscaba algo que le sirviera para llegar a tiempo.

“¡Bing, bing, bing!”

Entonces vio acercarse un cartero en bicicleta. Éste aparcó frente a una tienda y, con un paquete en brazos, entró en su interior.

“¡Lo siento, chico, es importante!” susurró Trabut, apropiándose del vehículo.

*************

“La verdad es que entrenar con mamá no está tan mal” pensaba Kida, de camino al examen. Andaba deprisa por la calle principal, los exámenes finales se hacían en palacio y ese era el camino más rápido. Intentaba sortear a la gente, aunque con la pila de libros que llevaba en brazos, la tarea resultaba complicada. Kida estaba emocionada, había estudiado y entrenado con ahínco durante años y creía que lo bordaría.

“¡Bing, bing, bing, bing, bing!”. La metralleta de timbres la alertó demasiado tarde. El choque la tiró al suelo y desperdigó los libros.

—Lo siento, tengo prisa —El chico, que también había caído, se volvió a subir a la bicicleta y despegó.

—¡Imbécil! —gritó ella desde el suelo.

Kida recogió los libros, pero encontró uno en un charco.

—¡No! ¡Mierda! —Eran libros rituales que no debían mojarse nunca.

Se desesperó al principio, ¡no le dejarían examinarse! Pero entonces recordó. Agusto, el librero, guardaba unos de muestra en su librería.

Entró en la floristería, ya que se llevaba bien con la dueña, y le pidió si podía guardar los libros allí. A continuación, accedió a la única librería de Sékate, con su mejor expresión de desinterés. Encontró un hueco oscuro en el fondo de la librería, desde el que vigilar los libros académicos. Esperaría el momento adecuado para cogerlo y saldría de allí.

*************

Ya con todos los libros, Kida llegó a palacio, aunque tarde. Agusto había tardado más tiempo del saludable en ir al baño. En recepción preguntó cómo llegar al examen.

—Es en este pasillo —Le indicó con el dedo, la puerta a su derecha—. Pero creo que llegas tarde —Miró su reloj—. Sí, ya no puedes, lo siento.

Kida insistió, quería hablar con los examinadores y pedir otra oportunidad, pero el recepcionista se negó.

—¡Maldita sea! —maldijo entre dientes.

Usando técnicas de infiltración, sorteó la mirada del recepcionista y se coló en el pasillo. Una vez allí, no supo en qué puerta entrar, había demasiadas. Intentaba escuchar cuando notó que alguien se acercaba y se coló en la más grande.

—Trabut, me cuentan que has venido de lejos, perdona la espera —A Kida se le heló la sangre al oír la voz del rey. Estaba en una esquina de la Sala Real.

—Nada, Majestad, ya estoy aquí, aunque con malas noticias. Hace cinco semanas Rigo fue sitiada por Edemas.

—No nos han llegado noticias de eso.

—Tienen los caminos controlados, les temen. Llevo estas ropas por precaución.

—Debemos actuar, enviaremos a nuestros mejores hombres a Rigo y nos aseguraremos de apoyar a nuestros amigos —el mensajero se inclinó, agradecido—. Dime, Trabut, ¿has estado alguna vez en Edemas?

—Tengo familia allí.

—¡La chica que se esconde tras la columna, puedes acercarte! —gritó el rey.

Kida asomó la cabeza tímidamente. Se acercó y murmuró una disculpa.

—¿Quién eres?

—Me llamo Kida, iba a examinarme en Exploración.

—Llegas tarde —dijo el monarca.

—Lo sé…

—Perfecto, no constas en los registros oficiales. Os infiltraréis en Edemas, los dos. Trabut, tienes los conocimientos y Kida, las habilidades. Saldréis ahora mismo. ¿Aceptáis?

—Sí, majestad —respondieron en coro.

—Muy bien, id ahora, nada de despedidas. Pasad solo por la armería, están avisados.

Tras esto y con una reverencia, salieron de allí.

Y aquí termina su historia pues de camino a la puerta de la ciudad y, con ello a su destino, fueron atropellados antes de partir.

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