Monstruo


Salvaje de cuna arisca,
de flamante pendón de piedra,
emerge en la noche y grita,
otorgándole al que oye, tregua.

En la tierra, el carmesí y la lluvia
tiñen de anhelo su visión,
hay un pulso en sus cicatrices,
la muerte ha encendido el reloj.

Se oye el "tic, tac" recorriendo sus nervios,
para qué negar la realidad,
teme perder el gobierno del cuerpo,
su albedrío, su voluntad.

No hay ternura en los huesos
rotos en tan convulsa forma,
la injusta muda siempre quema
cuando aparecen las sombras.

Siente el latido, vivo,
tras las cadenas de acero,
tras la memoria perdida,
la niebla le vuelve fiero.

Sus ojos acechan la luna,
le deben obediencia, devoción,
le deben toda criatura
que sacie su hambre feroz.

Crujen las hojas, miente el viento,
disfraza de libertad
los serios defectos de estos encuentros
que nunca debieron pasar.

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